InicioArtistasVíctor Silveira: Tres recuerdos y un tiempo encontrado

Víctor Silveira: Tres recuerdos y un tiempo encontrado

 


Lo del título, conviene explicarlo sin la intriga de las novelas policíacas (aquellas que solía prestarme Nydia Arenas, mientras viviera en Sarandí 17 o allí, en el Hotel Concordia) porque me refiero a palabras de una amiga, actualmente radicada en Venezuela, cuando publiqué “El Decir de una Dama”. Su comentario, textual, fue: – “Víctor, no vivas de recuerdos.”
En aquel momento, año 2000, no supe o no quise contestar nada, y no dudé jamás de su buena intención: ”carpe diem”, o vivir solo el presente, muy razonable… Pero al obsequiarle el libro, le dije: – “Con los recuerdos los historiadores reconstruyen la Historia, y los poetas reconstruimos la historia pequeña, o de “entrecasa”, y también la literatura, y la poesía…” Basta un ejemplo, y no es mi obrita: Proust escribió una monumental obra, con miles de páginas, que arranca en el instante que él toma una taza de té y moja una magdalena en el mismo. Ese aroma de la magdalena, mojada en el líquido, le hizo recordar su niñez… y así nació “A la búsqueda del tiempo perdido”, la obra a la cual me refería.
Salvando las distancias que me separan de ese grandioso escritor (en el tiempo y por supuesto en la jerarquía), hoy evoco tres recuerdos del citado Hotel Concordia, donde se cruzaron muchas líneas paralelas, en cuanto a artistas, creadores, cantores, músicos, actores… En este caso, me referiré a Marosa di Giorgio, Nydia S. Arenas y Rolando Faget.
****** MAROSA*****


La primera vez que la vi, fue precisamente allí, en la vereda frente al Hotel Concordia, en el otoño de 1967. Alta, espigada, de larga cabellera color castaño miel, vestía elegantemente y llevaba zapatos de altos tacones. Se le acercó una mendiga, apoyada en un bastón, y le tendió la mano. Recuerdo que Marosa detuvo su paso, abrió la cartera y le dio algo de dinero a aquella pobre mujer enjuta y enferma. Y como yo era –y soy- creyente, pensé para mis adentros: “es noble y generosa”. Relacioné ese acto, con lo que dijera Jesús: “Lo que a estos pobrecitos hagas, es a Mí a quien lo haces…”
Al año siguiente, marzo de 1968, entré al elenco de Nydia Steinfeld Arenas, “Conjunto Decir”, y poco después esta Directora teatral nos reunía en la obra “Los Prójimos”, de Carlos Gorostiza, y allí empezaría una amistad. Comentábamos libros, films, obras teatrales, en las pausas de los ensayos, que ya a fines de 1968, se hacían en casa de Nydia, calle Sarandí 17, a pocos metros del Hotel CONCORDIA, o en el Teatro Larrañaga.
Nunca olvido que una de las obras literarias comentadas con Marosa, fue “Cumbres Borrascosas”, de Emily Brontë. Y sobre lo peculiar, y hasta misterioso de la inspiración literaria en esta joven escritora, alejada y semi recluida en un caserón de los páramos ingleses.
Años después, Marosa se fue a vivir a Montevideo, exactamente en el año 1978. Allí siguió su trayectoria lírica de altos quilates, y de gran originalidad. Pero manteníamos diálogos epistolares, y siempre me enviaba sus últimas publicaciones. En febrero de 1985, me entregó personalmente, en una mesa del Café Sorocabana de Montevideo, un ejemplar de “Mesa de Esmeralda.” Pude leerlo ya en casa, y, oh sorpresa, el capítulo segundo del libro se denomina “Cumbres Borrascosas”, y está dedicado a Emily Brontë.
Cuando vino a Salto, nos reencontramos en el Hotel Concordia. Bajaba los escalones de su habitación, los que llevaban al patio de grandes plantas muy verdes, flores, árboles añosos, volar de pájaros y hasta alguna mariposa o falena, como diría ella.
Un sol muy intenso inundaba con su luz todas esas plantas, y si bien nada guardaba relación con aquellas “cumbres borrascosas” de la Brontë, le dije que también su texto había transfigurado el paisaje salteño, dotándolo de un sesgo inquietante, dramático, ominoso. Ella sonrió apenas, como dudando, y me preguntó exactamente a qué parte de “Mesa de Esmeralda” me estaba refiriendo. Y le leí del libro, que había llevado conmigo para que me lo autografiara: “Sentí frío. Vine vestida de papel, dije. Intenté algún rumbo y no había ninguno. Me recosté en el árbol, cuyo tronco era hostil. Giraba el viento. Y nadie me iba a ver más.”
Cerré el libro. Marosa sonrió enigmáticamente, como si fuera otra Monalisa atravesando los patios del Hotel.
Y mientras me escribía una dedicatoria en “Mesa de Esmeralda”, pensé que como ella había sido también actriz teatral, bien hubiese podido interpretar a aquella impresionante historia de Catalina Earnshaw. Pero no en las landas borrascosas de Inglaterra, sino allí, en ese jardín transfigurado del Hotel Concordia, proscenio de poetas y artistas. Y hoy, domingo dos de noviembre de 2024, me acabo de enterar, que una parte de las cenizas de quien fuera en vida ROLANDO FAGET, estarían allí, en uno de los jardines. Y parte de sus cenizas, en el Río Uruguay, como fuera la última voluntad del propio poeta Rolando Faget.
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***** ROLANDO*****


“La conocí a Marosa primeramente en su faceta de actriz, allá por 1962 o 1963”, me decía Rolando Faget, allí en un banco del patio, en noviembre de 1994, cuando yo estaba por presentar “El Cochero de Arjuna.” Y me contó que también había conocido a Nydia Arenas, y a su esposo Bernardo, apodado “Varón”, apelativo por el cual todos le conocían.
Agregó que a veces se reunían en la Confitería Oriental, en largas tertulias, finalizados los ensayos del “Conjunto Decir”.
Y algunos de los títulos que ensayaban y estrenaban por esos años: “Oh, Caroline!” de Somerseth Maugham, donde Marosa interpretaba un personaje llamado Maude. También recuerda que hicieron “Feliz Viaje” de Thornton Wilder, y que la vio un domingo de agosto del año 1963. Allí Nydia Arenas hacía el personaje de la Madre, y esta obra la hicieron como inauguración del Teatro al aire libre, lo cual tuvo lugar en el Museo Histórico.
También recuerdo me contó que alcanzó a ver un ensayo en plena calle del “Conjunto Decir”. Era una obra de Gabriel Marcel, “El Mundo Quebrado”, pero no pudo ver el estreno, porque fue un fin de semana en el cual debió viajar a Montevideo.
Le señalé, ese día de noviembre de l994, la pieza donde había vivido Nydia Arenas: arriba, la que tenía el número 20.
Ella había muerto hacía dos escasos años, en circunstancias oscuras y trágicas. Melpómene, la diosa de la tragedia griega, la había convocado en el reparto para su último acto.
Hablamos de la fugacidad de todo lo humano, de la brevedad de los días de los mortales sobre esta tierra. Y, que como decía en Eclesiastés,“todo es vanidad de vanidades.”
Con su voz grave y varonil, me leyó este poema de un libro que había presentado acá en Salto, en mayo de 1994, llamado “Un sol otras mañanas.”
Es el poema que identificó con el número III. Alude a la muerte.
Lo transcribo, tal cual está en la copia que me obsequió:
Podría nombrar los muertos uno a uno
Debería sobre todo referirme a los vivos
A los que anuncian que el día será el día
Que la luz es la luz, irrefutable.
Compartíamos, supongo, ciertas indecisiones,
Nos aburrían los sábados
Pero yo estoy aquí y ellos delante
Proclamando tercamente los soles torrenciales
Afirmando de noche incontenible aurora.
Porque algunos murieron y otros no
Puedo nombrar su sangre, reflexionar sus huesos
Y acordarme de dos, tres pobres libros
Que leí en estos días.
Son iguales a mí de arriba abajo
Pero están adelante.
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NYDIA S. ARENAS
(Epílogo de “El Decir de una Dama”)


(Breve puesta en escena en el patio del Hotel Concordia, el 18 de mayo de 2008, en homenaje a Nydia y al descubrirse una placa recordatoria en la habitación 20, con su nombre grabado sobre mármol de Carrara.)…………………………………………………
VICTOR: Kurosawa, en una de sus últimas películas, “Rapsodia en agosto”, menciona un sutra de los textos sagrados orientales que dice: “Nos encontraremos en el Más Allá.” Y alude a ese destino común del que hablábamos… (Pausa) Esto es el epílogo. Pero no quise situarlo en un futuro ignoto. Preferí ubicarlo, con mi libertad de poeta, cual una escena más de un tiempo pretérito… Tal vez como si fuera aquel poema, que por timidez o cobardía, nunca alcancé a recitar en sus clases.
(Las luces son azuladas, creando una atmósfera irreal y poética. Un foco de luz cenital cae sobre el pupitre y la silla de Nydia Arenas. Ella aparecerá por la izquierda vistiendo la toga. Se sentará como si fuese a dictar otra clase de Arte Escénico. Mira a Víctor. Pausa.)
NYDIA: ¿continúas estudiando?
VICTOR: Soy un eterno estudiante. Siempre con libros y papeles. Siempre estoy aprendiendo. Y escribiendo: mire, este es mi libro de poesías.(muestra un libro)
NYDIA: (Sonríe) Y si mal no recuerdo, habías quedado de leer un poema tuyo en clase. Si no aprovechas esta cortina musical tan bella…
VICTOR: Mozart… Me hace recordar mis primeras clases, allá por marzo de 1968.
NYDIA: ¡Qué año hermoso y extraño fue aquel! Pero, allí se iniciaba un recodo. Un declive en el camino. Para bien o para mal.
VICTOR: Florence Nigthingale, la dama de la lámpara, decía que lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él… Yo pienso que todo apunta hacia el Bien, hacia la Luz. (Pausa) Fuese como fuese, en aquel año gasté un par de zapatos en el Teatro.(Sonríen. Sigue oyéndose hasta el final el Concierto para piano Nº 21 de Mozart, suave al principio, y más fuerte al final.)
NYDIA: (las luces van disminuyendo gradualmente sobre ella)
VICTOR: (Recita) “Decir por Decir”
Acto Primero:
Se apagan las luces,
Se enciende un foco seguidor,
Suena la música en proscenio
Es el Concierto 21 de Mozart.
Acto Segundo:
Los artistas representan
“Los Prójimos”, hoy y aquí.
Pero los prójimos
Son los artistas,
Esos seres que viven
Por la gracia de Dios…
Acto Tercero:
Y dejan a la Humanidad
Lo mejor de sus vidas:
El arte, el teatro, la poesía.
Como lo hizo usted, Nydia,
Sean la luz y la paz
Como flor y laurel,
Inmarcesibles en su memoria.
(BAJA EL TELON)
VICTOR H. SILVEIRA
Salto, mayo de 2008 (modificada 3/11/2024)

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