Entre cardenales conservadores, reformistas y diplomáticos, el futuro de la Iglesia Católica se define en silencio.
Tras la muerte del Papa Francisco, la Iglesia entra en tiempo de cónclave. El mundo observa. Los cardenales —en silencio, con gestos más que con palabras— empiezan a perfilar a quien llevará la sotana blanca del próximo pontífice.
Entre los nombres que suenan con fuerza, aparece uno que despierta curiosidad: Reinhard Marx, cardenal alemán, asesor de Francisco y defensor de reformas profundas en la Iglesia. No es pariente de Karl, aunque su apellido lleva el eco de viejas revoluciones. Fue clave en la supervisión de las finanzas vaticanas y apoyó el “camino sinodal” alemán, que abrió debates hasta hace poco impensables: celibato, homosexualidad, ordenación de mujeres. Eso le ganó el respeto de muchos y el recelo de no pocos.
Pero Marx no está solo en la lista. Le acompañan perfiles como el italiano Pietro Parolin, hábil diplomático con vínculos cuestionados en escándalos financieros; el cardenal africano Robert Sarah, símbolo del ala conservadora; el canadiense Marc Ouellet, firme defensor del celibato; o el filipino Luis Tagle, favorito de Francisco, carismático y cercano a las periferias.
El italiano Matteo Zuppi, por su parte, representa la continuidad franciscana: pastor de los pobres, mediador en conflictos internacionales y defensor del diálogo con la comunidad LGBTQ+.
Más allá de los nombres, lo que se elige es una dirección. ¿Seguir el camino de Francisco, con sus luces y tensiones? ¿Volver a una Iglesia más doctrinal? ¿Abrirse aún más a los desafíos del siglo XXI?
El humo blanco dirá mucho más que un nombre. Dirá qué Iglesia imagina el futuro.
“El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Juan 3:8).