InicioActualidadCinco muertes por el frío: ¿fracaso del sistema o tragedia inevitable?

Cinco muertes por el frío: ¿fracaso del sistema o tragedia inevitable?

 


La muerte de cinco personas en situación de calle a causa del frío extremo no es simplemente una noticia trágica; es un espejo que nos enfrenta a la fragilidad de nuestros pactos sociales y a la crudeza de un sistema que, en pleno siglo XXI, aún deja morir a ciudadanos bajo el cielo abierto.
¿De quién es la culpa? ¿De las autoridades que no logran implementar políticas efectivas y humanas? ¿De las propias personas que no acudieron a los refugios? ¿O de una sociedad que mira de reojo, sin asumir que esas muertes también nos pertenecen?
No hay respuestas simples para una realidad tan compleja. La situación de calle no es un accidente, es el resultado de múltiples fracturas: adicciones, trastornos de salud mental, historias de trauma, violencia, desempleo, redes familiares rotas.
Muchas veces, quienes duermen en las veredas o bajo un puente no rehúyen la ayuda por terquedad, sino porque han perdido toda noción de pertenencia o confianza. La calle, con todos sus peligros, a veces es más previsible que un refugio desconocido y hostil.
Las autoridades, claro, tienen una responsabilidad insoslayable: refugios suficientes, dignos y adaptados a la diversidad de situaciones; equipos de cercanía que no solo ofrezcan una cama, sino también un vínculo, un puente humano; políticas de prevención estructural que aborden la vivienda, la salud mental, el empleo y la reinserción social desde una perspectiva integral y sostenida.
Pero también hay una responsabilidad colectiva que a menudo se soslaya. La indiferencia, el estigma y la distancia que marcamos con quienes habitan la intemperie no solo los aísla más: los vuelve invisibles, y lo invisible parece no doler hasta que se convierte en cifra. En este caso, cinco. Cinco personas sin nombre que murieron de frío en un país que podría haberlas abrigado.
Lo que nos duele no es solo el frío del invierno. Es el otro frío, más profundo y persistente: el de un modelo de sociedad que aún no ha logrado, o no ha querido, construir un sistema que cuide verdaderamente a todos sus miembros.
La pregunta entonces no es solo «¿de quién es la culpa?», sino: ¿por qué seguimos naturalizando lo inaceptable? ¿Y por qué, una y otra vez, esperamos a que el termómetro y la muerte nos recuerden que todavía hay personas a las que nadie escucha, nadie abraza y nadie espera?
Ese silencio también es una forma de abandono.

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