La foto, gastada por el tiempo y la humedad del olvido, tenía cuarenta años. Ahí estaban, alineados como equipo de fútbol, los once del Gremio de Carpinteros. Detrás, un cartel que decía “Buena Madera” les coronaba el triunfo sindical que creyeron eterno. La alegría de aquel entonces, que los llevó a ser amos y señores, dueños de vida y milagro del lugar, contrastaba con este tiempo poquito.
El hombre sostenía la foto con manos envejecidas. Su pulgar rozó el rostro de Semino, el petiso puntero izquierdo que ya no estaba. “Me dejaste solo…” susurró, con la voz temblando y lágrimas gruesas rodando como clavos sobre la madera.
De esa directiva, sólo él quedaba. Los demás se habían marchado, sesionaban ahora en el “sindicato del cielo”, como decía el viejo Arroyo, voz de mueblerías y alma de luchas.
Los recuerdos regresaban a golpear con la furia de un mazo: Carancho De Lima, astuto tesorero de palabra filosa; Adriano Rodríguez, el proactivo recaudador de cuotas; el Rana Suárez y el negro Fraga, vocales de alma brava. Abajo estaban los que hacían historia con silencios y estrategias: El Risa Pérez, que siempre reía aunque supiera demasiado; Segovia, vice de voz firme; y el gran Rulo Freire, presidente y arquitecto de lo impensable, se autoelogiaba mientras la foto le iba pesando más hasta hacerse casi de hierro…
El secreto que lo quemaba era oscuro: aquella huelga traicionada, los compañeros marcados como ganado, vendidos por monedas de patrón. Ochenta expulsados, dispersos por la miseria, desarraigados de las carpinterías, de sus motos, sus casas… de sí mismos.
Freire, ese hombre duro en tiempos duros, había construido su imperio sobre tablones de dolor. Empresas, hijos bien colocados, políticos a sus pies. En ese pueblo chico, el gremio era poder. Y el poder, una sierra que lo devoró todo.
Miró la foto una vez más. Cada rostro era un eslabón de una cadena que ya no existía. La madera buena había sido carcomida por el tiempo, la culpa…
Y como tantas veces Freire se bebió el vaso de whisky de un sólo trago, para salir huyendo del lugar, de su mente, de sus pensamientos, como en ocasiones en que se le daba por mirar la foto.
Nunca le hizo caso a su compadre Mario, ni al loco Tony que le decían en el boliche del negro Freddy que rompiera de una vez esa foto que lo atormantaba, que se dejara de joder con cosas del pasado…»a quien le importa lo que pasó hace cuarenta años»…
«A nadie».- Respondía, pero en el fondo sabía que en cualquier momento el Cholo Alonso se le iba a plantar de nuevo con la misma aterradora frase que ni el whisky podía espantar…
– Freire, sos un judas con la cruz del Cristo, y te la vas a llevar al cajón, acordate de mi, tu gran amigo de la infancia que traicionaste, por unos pesos. Sabés lo qué es lo peor Freire?, que vos eras el gran sindicalista, pero perseguiste, marcaste y vendiste a tus hermanos de clase y por más mentiras que propagastes durante todo esos años
no habrá cielo para vos, solo el infierno. Un obrero no vende a otro obrero y vos lo hiciste, mirate al espejo si podés, vas a ver a un diablo desclasado….
CAMACA
(Cuento del libro «El Ruso Greg» y otras historias….)