Desde el 2015 hasta el presente, cada vez que hay elecciones, internas, nacionales o departamentales surge el rumor que corre de boca en boca, pero, que nadie muestra pruebas, dicen: “Cuando van a los asentamientos ofrecen canastas de comestibles, alcohol, porros y unos pesos….”.
Es un tema que suele surgir en conversaciones sobre elecciones y campañas políticas, especialmente en contextos donde se cuestiona la transparencia o las tácticas empleadas para movilizar votantes. Este tipo de relatos, aunque a menudo se consideran parte del «folklore» político, también reflejan preocupaciones reales sobre la ética en los procesos democráticos.
Cuesta creer que pase eso, pero, de ser cierto, mucha gente como que siente miedo, preocupación, y pierde la confianza en la transparencia de algunos que quieren ganar de cualquier forma…
Mirado con neutralidad, es comprensible que estas situaciones generen inquietud y erosionen la confianza en el sistema electoral. Cuando las personas sienten que los procesos no son transparentes o justos, el impacto va más allá de las elecciones: afecta la percepción de la democracia misma. Es un tema delicado que merece atención y reflexión.
Repito, de ser cierto, refleja una realidad preocupante. La idea de que se puedan aprovechar de las necesidades de las personas para influir en decisiones tan importantes como el voto es algo que, sin duda, genera desconfianza y cuestiona la integridad del proceso democrático. Es natural que surjan dudas sobre la buena fe de quienes participan en estas prácticas, especialmente cuando los comentarios posteriores alimentan esas percepciones. Estas situaciones subrayan la importancia de fortalecer la educación cívica y la transparencia en los procesos electorales.
ARÓN VIERA