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En mi primeras seis décadas de existencia degusté el dulce de leche hasta el hartazgo, quedando cada vez, con las ganas de comer más, feliz con ese manjar que creí que era de origen rioplatense.
Hace diez años, Estela (Gauthier) le hizo una nota al empresario salteño del ramo, Noel Méndez Malaquina quien hablaba de las bondades de su producto, de las variedades del mismo, y dijo como al pasar que el dulce de leche se trataba de un invento uruguayo. Subimos el video con la nota al canal de youtube y en poco tiempo tuvo miles de visualizaciones, para nuestra alegría, pero hubo algo que nos llamó la atención, desde toda América nos “insultaban” y le atribuían a sus países (Argentina, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Brasil, México, España, Colombia, Venezuela, Cuba, entre otros) el origen de dicho dulce.
Nos enviaban verdaderas tesis universitarias sobre el cremoso manjar, como para que no tuviéramos ninguna dudas.
Entonces se me dio por leer sobre el dulce de leche y cómo le llamaban en cada país y fui acumulando datos sumamente interesantes que intentaré compartir hoy con nuestros lectores.
El origen del dulce de leche es un tema que ha despertado el interés de muchos amantes de los postres a lo largo de la historia. Esta deliciosa preparación tiene algunas de sus raíces en América Latina, en particular en países como Argentina y Uruguay, donde es considerado un verdadero tesoro culinario.
Es importante recordar que, al investigar sobre el origen del dulce de leche, es fundamental verificar la información y contrastar diferentes fuentes. La historia culinaria a menudo está llena de mitos y leyendas, y es necesario hacer un análisis crítico para separar la realidad de la ficción, eso intentamos aqui
Dato curioso: En 2003, Argentina inició un expediente en la UNESCO para que el dulce de leche, el asado y el mate fueran considerados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.´En los tres temas nos pegamos como garrapatas con los hermanos argentinos..
Uruguay y Argentina han compartido una rivalidad amistosa sobre la «paternidad» del dulce de leche. Pero más allá de los debates, lo cierto es que ambos países lo veneran con idéntica devoción.
Pero, como adelanto, ya en la Biblia, hay menciones de alimentos dulces hechos con leche, como el «leche y miel» que simboliza abundancia y prosperidad, pero no hay evidencia directa de que se refiera al dulce de leche como lo conocemos hoy, pero, quien te dice.
MI INFANCIA SON RECUERDOS, DE PAN Y DULCE DE LECHE
En un rincón tibio de la infancia, hay una cuchara aún pegajosa de nostalgia. Una cucharada de dulce de leche –ese manjar dorado que nace de la alquimia entre leche y azúcar– resume, en su espesor dulzón, siglos de herencia, fuego lento y ternura transmitida de generación en generación.
Como todo símbolo profundo, el dulce de leche no es uno solo: cambia de nombre, textura y carácter según el idioma, la geografía, la altitud y la leche que lo alimenta.
CADA CUAL LO NOMBRA COMO QUIERE
En Argentina y Uruguay, donde el dulce de leche tiene quizás su expresión más popular y arraigada, no necesita adjetivos: es «dulce de leche» y punto. Se lo encuentra en cada casa, en la repostería cotidiana y en las vitrinas de las panaderías más refinadas. Su consistencia es cremosa, su color caramelo claro, y se lo consume tanto con pan como dentro de alfajores, facturas y tortas. La industria local incluso lo divide en categorías: clásico, repostero (más espeso), familiar (más económico), o heladero (más suave, ideal para la mezcla con crema).
En México, el dulce cambia de nombre y carácter. Se llama cajeta cuando está hecha con leche de cabra, lo que le confiere un sabor más fuerte, levemente ácido, con una personalidad más intensa. En Celaya, estado de Guanajuato, la cajeta es una institución nacional, muchas veces elaborada de forma artesanal y vendida en envases tradicionales de madera. Existen variantes: la cajeta quemada, más oscura y con notas tostadas; la envinada, aromatizada con licor; o la cajeta de nuez, que aporta textura. Cuando se elabora con leche de vaca, a veces se la llama directamente dulce de leche, aunque en general la distinción es clara para el paladar local.
En Colombia y Venezuela, recibe el nombre de arequipe. La receta es muy similar al dulce de leche rioplatense, aunque suele ser algo más espesa y menos dulce. En el estado Falcón (Venezuela), se prepara también con leche de cabra, como la cajeta mexicana, generando un cruce curioso entre ambas tradiciones. Se consume con obleas, pan, galletas o simplemente a cucharadas.
En Perú y Chile se lo conoce como manjar o manjar blanco, y en Bolivia también se utiliza este nombre. En estos países suele tener una textura un poco más ligera y un color más claro. A menudo lleva un leve toque de vainilla, y es el relleno clásico de los alfajores, piononos o tortas. En Chile, el manjar se comercializa en tabletas y también como relleno de pan de pascua o empolvados. La denominación “blanco” viene de épocas coloniales, cuando el manjar aún no alcanzaba el tono oscuro del actual dulce de leche.
En Brasil, se pronuncia doce de leite. Y cuando se cuece sobre leña en Minas Gerais, en grandes ollas de cobre, se convierte casi en un acto de fe. A veces se endurece, se corta como un queso dulce; otras, se desliza como seda sobre una tostada. Brasil le añade coco, lo marida con queso, lo integra al alma de su dulcería.
Francia, con su vocación de convertir la cocina en arte, lo llama confiture de lait. Su dulzura es más sutil, perfumada con vainilla y evocadora de campos normandos. En su versión industrial, es gourmet; en su origen, rural y amorosa. Como todo lo verdaderamente francés, la confiture es un susurro de elegancia que aún tiene gustito a casa.
En Estados Unidos, se lo adopta como milk caramel, aunque conserva el nombre original entre quienes lo conocen por sus raíces. Aquí el dulce de leche es un inmigrante que conquista helados, cheesecakes y brownies, sin perder su esencia, aunque reconfigurado para nuevas nostalgias.
Pero hay que tener cuidado con los espejismos. En Cuba, el fanquito no es un derivado de leche, sino de guayaba: un bloque compacto, dulce y firme, que se confunde por color y textura, pero no por alma. El verdadero “dulce de leche” cubano permanece bajo su nombre sin más adorno, discreto pero presente.
Todos estos nombres, todas estas variantes, nos hablan de un mismo gesto humano: el deseo de conservar, de transformar lo efímero (la leche fresca) en algo que perdure. Lo que empezó como una necesidad, se volvió arte. Lo que era técnica, es ahora símbolo.
Dulce de leche, cajeta, arequipe, manjar blanco, doce de leite, confiture de lait… todos son maneras de decir “te quiero” en distintos idiomas. En cada región, se carameliza la leche como se carameliza la vida: lentamente, con paciencia, con fuego constante y sin olvidar remover, para que no se queme la ternura. Porque al final, como escribió alguna vez un poeta sin nombre, “las cosas dulces no se comen con la boca: se saborean con la memoria”.
LO CIERTO ES QUE…
De Persia a París, del Rio de la Plata a Calcuta, el dulce de leche ha sido migrante y testigo de la historia. En Europa fue introducido por las rutas de la leche condensada y adoptado con otros nombres. En América Latina, sin embargo, encontró su territorio sagrado. Argentina y Uruguay ostentan el mayor consumo per cápita del mundo, y lo defienden con pasión: hasta la UNESCO ha recibido propuestas para declararlo Patrimonio Cultural.
Pero como toda creación colectiva, el dulce de leche escapa a la propiedad. Pertenece a quien lo prueba y lo guarda en la memoria, como una infancia compartida, una caricia materna, un instante de consuelo. Como dice el refrán: el éxito tiene muchos padres, y el fracaso es huérfano. El dulce de leche, sin duda, ha sido querido por muchos.
Este humilde manjar de fuego lento no es solo un ingrediente. Es símbolo de paciencia, de transformación, de mestizaje. Nació del error o del ingenio, de una cocinera distraída o de un alquimista sin querer. Pero sobre todo, nació del deseo de conservar lo efímero: la leche, que pronto se agria, se vuelve eterna cuando se convierte en dulce.
En la Biblia se habla de «una tierra que mana leche y miel», metáfora de abundancia. Tal vez no haya dulce de leche en las Escrituras, pero sí en el espíritu de esa promesa: lo dulce que alimenta, lo simple que se vuelve sublime.
Hace unos 4000 años, en la India, se empezaron a usar derivados de la leche para prevenir enfermedades. En la dieta ayurvédica se incluyen yogurt, ricota y rabadi (dulce de leche). El rabadi se preparó, durante siglos, reduciendo en el fuego una mezcla de leche y azúcar o miel hasta que tuviera la cuarta parte del volumen inicial. De este modo se lograban varias cosas a la vez: como la mezcla era pastosa, era más fácil de transportar; al tener poco volumen de agua se conservaba por largo tiempo; y, principalmente, era altamente energética y exquisita.
300 años antes de Cristo, Alejandro Magno, trajo desde la India el azúcar junto con la receta y esta se diseminó por todo el mediterráneo.
EPILOGO: EL TIEMPO DETENIDO EN UNA CUCHARADA
Cada país, cada historia, cada paladar, le ha dado al dulce de leche una forma, un nombre y un recuerdo. Y aunque nunca sepamos con certeza quién fue su primer creador, su existencia misma ya es una obra maestra colectiva.
Quizá la mejor forma de entender su origen no sea buscarlo en los libros, sino en el ritual de compartirlo. Porque el dulce de leche no nació en un solo lugar, sino en ese momento eterno en que alguien decide endulzar el mundo un poco más.
CAMACA
La nota original fue publicada en Diario El Pueblo en el mes de mayo de 2025

                                    