El clásico de fútbol entre Peñarol y Nacional no es solo un evento deportivo en Uruguay; es un fenómeno cultural que, lamentablemente, ha sido recurrentemente empañado por episodios de violencia. Este informe se adentra en dos de los incidentes más emblemáticos de los últimos años, el «clásico de la garrafa» de 2016 y el «clásico de la bengala» de 2025, para someter a un escrutinio crítico las declaraciones oficiales de «operativos perfectos» emitidas por las autoridades. El objetivo central es determinar si estas afirmaciones se alinean con la realidad de los hechos, sus consecuencias y las reacciones de la sociedad y los expertos.
La persistencia de la violencia en estos encuentros, a pesar de las repetidas garantías de seguridad, sugiere un patrón preocupante. La pregunta que surge de forma inherente es cómo, tras incidentes graves, las autoridades pueden reiterar la perfección de sus operativos. Esto apunta a una dinámica en la que las medidas de seguridad adoptadas parecen ser más una reacción a eventos pasados que una estrategia preventiva integral. La necesidad de implementar nuevas regulaciones y protocolos después de cada suceso violento indica que las operaciones previas, a pesar de ser calificadas como «perfectas», eran en realidad insuficientes o presentaban fallas estructurales.
LA GENTEY LA PRENSA
Los comentarios de la ciudadanía y la prensa, que a menudo califican estas declaraciones como «desastre» o «incompetencia» [1], reflejan una profunda desconfianza. Esta contradicción no es un mero desacuerdo; es una brecha fundamental que sugiere que las declaraciones oficiales podrían estar más orientadas a la gestión de la imagen pública o a la contención de daños políticos que a una evaluación honesta de la eficacia de la seguridad. Esta situación, a su vez, socava la credibilidad institucional y la rendición de cuentas.
EL CLÁSICO DE LA GARRAFA
El 27 de noviembre de 2016, el esperado clásico entre Peñarol y Nacional fue suspendido debido a graves incidentes de violencia protagonizados por la parcialidad de Peñarol en la Tribuna Ámsterdam del Estadio Centenario. Los disturbios escalaron significativamente cuando una garrafa de 13 kilogramos, sustraída de un puesto de comida dentro del estadio, fue arrojada desde el tercer anillo superior de la tribuna hacia efectivos policiales y una unidad canina, pasando a escasos dos centímetros de un agente. Este acto fue parte de una «asonada» más amplia orquestada por las barras bravas.
Además del lanzamiento del proyectil, los hinchas violentos saquearon puestos de alimentos y agredieron al personal de recaudación, generando un ambiente de caos e inseguridad.
Ante la magnitud de los desmanes y la falta de garantías de seguridad, las autoridades decidieron suspender el partido, una medida drástica que reflejó la imposibilidad de controlar la situación y asegurar la integridad de los presentes.
A pesar de los incidentes que llevaron a la suspensión del clásico, el entonces Ministro del Interior, Eduardo Bonomi, calificó el operativo de seguridad como «exitoso». Bonomi argumentó que el operativo logró «evitar todo lo que quisieron provocar los que se plantearon determinados objetivos: tratar de que se dé marcha atrás en la decisión de no dar más entradas». Esta declaración, emitida en un contexto de caos y violencia, generó una fuerte controversia.
La definición de «éxito» por parte del Ministro Bonomi en 2016 se centró en la contención de una amenaza preexistente, más que en la prevención total de la violencia. Al afirmar que el operativo «evitó todo lo que quisieron provocar», se sugiere que el objetivo principal era gestionar una «asonada» planificada por las barras bravas a quienes se les había negado la entrega de entradas.Esta perspectiva redefine la «perfección» de un operativo, alejándola de la seguridad absoluta y acercándola a la capacidad de controlar una crisis una vez que esta se ha manifestado. La suspensión del partido y el lanzamiento de una garrafa, en esta óptica, no invalidarían el «éxito» si el objetivo mayor (evitar la reversión de la política de entradas) se consideraba logrado. Sin embargo, esta visión contrasta con la expectativa pública de seguridad integral en un evento masivo.
La prensa y la opinión pública reaccionaron con incredulidad y enojo ante las declaraciones de Bonomi. Los comentarios reflejaron un amplio rechazo, tildando las afirmaciones de «cinismo e hipocresía al cubo» y cuestionando cómo un operativo podía ser considerado perfecto con tales incidentes.
EL CLÁSICO DE LA BENGALA
El 6 de julio de 2025, el fútbol uruguayo fue nuevamente sacudido por un grave incidente durante la final del Torneo Intermedio entre Peñarol y Nacional en el Estadio Centenario. Una bengala náutica fue lanzada desde la Tribuna Colombes, ocupada por hinchas de Nacional, hacia la Tribuna América, donde se encontraban periodistas y otros espectadores.
El impacto de la bengala hirió gravemente a un policía de 47 años, quien, aunque estaba fuera de servicio, trabajaba en el evento. El agente sufrió un traumatismo en la zona genital, requiriendo una cirugía de urgencia que incluyó la extirpación de un testículo. Fue trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos (CTI) del Hospital Policial de Montevideo, con un pronóstico reservado.
A lo largo del partido, se registraron otros actos de pirotecnia y violencia. Múltiples bengalas fueron encendidas y bombas de estruendo fueron lanzadas al campo de juego por hinchas de ambos equipos. Además, se observó a hinchas de Peñarol exhibiendo una bandera de Nacional como trofeo, y viceversa, actos que contribuyen a la escalada de la tensión.
A pesar de la gravedad del incidente, el Ministro del Interior, Carlos Negro, emuló a su predecesor al declarar que el operativo fue «muy bueno» y se cumplió «a la perfección». Negro reconoció la «agresión brutal» y la naturaleza de «arma de fuego» de la bengala náutica.
No obstante, insistió en que la seguridad del evento es responsabilidad principal de los organizadores (clubes y AUF), con la policía brindando apoyo.
Esta declaración oficial fue rápidamente contradicha por el Presidente de la República, Yamandú Orsi, quien afirmó: «Yo no le pondría el nombre exitoso, porque si hay una desgracia, se relativiza aún más». Orsi manifestó estar «mucho más molesto por la lesión del hincha o de la persona que estaba sentada allí y que hoy tiene parte de su cuerpo comprometida». También cuestionó enfáticamente cómo elementos prohibidos como bengalas y grandes banderas lograron ingresar al estadio.
La Unión de Policías del Uruguay (SUPU) criticó duramente la decisión de no suspender el partido tras la grave lesión del agente, declarando que «no entendemos por qué siguió». El sindicato también exigió una investigación sobre el ingreso de la bengala.
Periodistas y la opinión pública se unieron a las críticas, calificando la afirmación de «operativo perfecto» como «cinismo», «incompetencia» y una «deshumanización del hecho». La contradicción de tener un operativo «perfecto» mientras un funcionario resultaba mutilado y se utilizaban elementos prohibidos fue un punto central de la indignación.
La decisión de continuar el partido a pesar de la grave lesión de un policía es un indicador crítico de las prioridades en la gestión de eventos deportivos de alto riesgo. Esta elección sugiere que la continuidad del espectáculo, y posiblemente sus implicaciones comerciales y de imagen, prevaleció sobre la seguridad humana inmediata y la gravedad de la violación de seguridad. Al no detener el juego, se corre el riesgo de normalizar la presencia de violencia extrema como un «riesgo aceptable» dentro del entorno futbolístico. El mensaje implícito es que, incluso frente a lesiones graves, el evento no se detendrá, lo que podría, a su vez, alentar a los perpetradores y desensibilizar tanto al público como a las autoridades ante la violencia.
La insistencia del Ministro Negro en que «los clubes son los dueños del espectáculo» y que la policía solo brinda «apoyo», pone de manifiesto una distinción legalista en la responsabilidad. Si bien esta distinción puede ser técnicamente correcta en términos de organización de eventos privados, permite al Ministerio desviar la culpa por fallas de seguridad dentro del estadio.
Esto ocurre a pesar de las claras implicaciones para la seguridad pública y el uso de un arma de fuego como la bengala náutica. El cuestionamiento del Presidente Orsi sobre cómo estos elementos ingresaron] desafía implícitamente esta división, sugiriendo que la responsabilidad no puede ser tan rígidamente fragmentada cuando la seguridad ciudadana está en juego.