Las clases de literatura de nuestros tiempos liceales, cada vez que
se hablaba de Horacio Quiroga, iban de su obra a su vida, de las
tragedias de ficción y de las verdaderas. En aquellos años
estudiantiles apenas recordábamos el nombre de Federico
Ferrando, apenas si acudía al mencionarse a los amigos de
Quiroga, a los que formaron parte de su grupo literario, de su
generación, de aquella Generación del 900.
Federico Ferrando un doloroso mojón en el camino de Horacio
Quiroga, si ciframos por etapa su vida. Pero, fue un amigo de
tiempos felices del Gran Maestro del Cuento, y una cruz que llevó
por siempre, por los grises paisajes de su alma el, autor de Cuentos
de amor, de locura y de muerte.
Hoy nos reencontramos con Ferrando de la mano de Alfredo
Alzugarat y lo queremos compartir en nuestro MI SALTO
TV…Ferrando fue más que un amigo de Quiroga, fue un intelectual,
un poeta, y una de las personas que le dio mas impulso al Grupo
del Consultorio del Gay Saber, como tal…
Camaca
“FEDERICO FERRANDO: UNA TRAGEDIA DEL 900
Alfredo Alzugarat
Era el 5 de marzo de 1902. Federico Ferrando fue al puerto de
Montevideo a recibir a su amigo Horacio Quiroga que volvía del
Salto natal. Pasaron revista a sus últimos trabajos literarios mientras
almorzaban en el Hotel del Comercio y se dirigieron luego al hogar
de los Ferrando, en Maldonado 354. Allí se les unió Héctor,
hermano de Federico. Instalados en uno de los dormitorios de la
casa, Federico le mostró a Quiroga el arma que, por encargo suyo,
había comprado su hermano en previsión a un posible duelo con
Guzmán Papini y Zás. Era una pistola de dos caños, sistema
Lafouchex, 12 milímetros.
Sentado en una cama, Federico observó como Quiroga
inspeccionaba el arma. El resorte del seguro aparecía demasiado
duro. Quiroga cerró los dos caños para probarlo. En ese momento
se escapó un tiro y se oyó un grito de dolor. Cuando se disipó el
humo se vio caer sobre las almohadas a Federico.
Según alguna versión, Quiroga alcanzó a lanzarse sobre el cuerpo
ensangrentado de su amigo pidiéndole perdón. Luego corrió a
buscar a Brignole, el camarada del Consistorio del Gay Saber que
era practicante de medicina. Todo fue inútil. El proyectil había
penetrado por la boca para incrustarse fatalmente en el hueso
occipital. Federico Ferrando falleció casi en el acto. Hacia las once
de la noche, Horacio Quiroga se presentó en la Jefatura Política
(Cabildo) y se declaró culpable del hecho. Interrogado por el Juez
de Instrucción Dr. Mendoza y Durán, el testimonio de Héctor
confirmó que se trataba de un accidente.
EL POETA
Se ha considerado a la obra de Federico Ferrando como una
prolongación de la gimnasia poética cultivada en el Consistorio del
Gay Saber, el alegre e irreverente cenáculo en el que participó de
manera destacada junto a Horacio Quiroga, Julio Jaureche, Alberto
Brignole, Asdrúbal Delgado y José María Fernández Saldaña. A su
labor periodística, centrada en El Imparcial de Salto y luego en El
Porteño de Buenos Aires, sumó en 1901, con el seudónimo de
Carlos Cráneo, la publicación de algunos cuentos como «En un café
al caer el sol» (La Alborada, Nº 149) y «Un día de amor» (Rojo y
Blanco, Nº 8), un par de retratos literarios («Juan Bautista» y «Luis
Gonzaga», El Imparcial, Nos. 136 y 138), un soneto (El Imparcial, Nº
164) y el extenso poema «Encuentro con el marinero» (Almanaque
Artístico del S. XX), el más citado de sus trabajos.
Presentado por su primo Jaureche, Ferrando había tenido
oportunidad de conocer a Quiroga antes de que este partiera hacia
París. Un notable entendimiento entre ambos debió incidir para que,
al regreso del último, a principios de 1900, convirtieran un cuarto de
pensión de la calle 25 de Mayo 118 en un lugar de encuentro que
Ferrando bautizaría Consistorio del Gay Saber inspirándose en las
antiguas asociaciones de trovadores provenzales. Allí, Quiroga
sería el gran Pontífice y Ferrando el Arcediano.
La lúdica convocatoria unió sus hábitos bohemios y la arrogancia
juvenil de reírse del mundo con un intento evidente de ejercitarse en
las tendencias literarias de renovación que estaban arribando a
estas latitudes: el simbolismo francés y el modernismo dariano. Si
bien el esnobismo ácrata y las posturas aristocráticas lograban que
cada reunión fuera vivida como un episodio de fábula esotérica, con
extraños rituales que incluían vino, haschich, y hasta el estruendo
de una trompa de cuartel, no menos cierta era la simultánea
fabricación de textos transgresores que, en la búsqueda de nuevas
formas de expresión, procuraban desarticular con rigor los
convencionalismos de la lírica tradicional.
Producto de ese espíritu iconoclasta es el primer libro de Horacio
Quiroga, Los arrecifes de coral, y el poema de Ferrando «Encuentro
con el marinero», ambos textos de aprendizaje que revelan un
indudable potencial que se desviaría por rumbos insospechados en
el primero y se troncharía trágicamente en el otro.
«Encuentro…» tiene por protagonista un marinero «incomprensible» y
«perfecto», «inmóvil» y «hermoso», que llora en un muelle y que, a
instancias del poeta, termina confesando su pena de amor. La
anécdota, deliberadamente pueril, funciona desde el primer verso
como una excusa para agredir burlonamente toda comprensión
racional: el nudo de contradicciones irresolubles, las preguntas sin
respuesta posible, los equívocos y las ambigüedades, hacen que el
lector sucumba en un tembladeral donde a nada puede asirse. La
atención a los objetos, el exotismo, el humor, la atmósfera
enrarecida, dan señales de una experiencia radicalmente
distanciada del quehacer poético local. Otros aspectos del poema lo
vinculan con «Leyenda índica» y «Páginas arrancadas a un
diccionario biográfico…», textos del Consistorio atribuidos a
Ferrando.
La recepción a estas obras solo encontró elogios en los pocos que
compartían de manera incondicional la nueva estética. Fuera de allí
y sobre todo en las tiendas provincianas, reacias a toda innovación,
las piedras llovieron sin clemencia. Desde La Tribuna Popular, bajo
el seudónimo de Vina Grillo, Washington José Pedro Bermúdez
denostaba a la poesía modernista como «decrépita, senil y
valetudinaria», «aberración del buen gusto», «creación híbrida y
estéril como las mulas». En La República, Félix Polleri, refiriéndose
a «Los arrecifes…», la calificaba como «una prueba acabada de las
tendencias neuróticas de norte de Europa». Raúl Montero
Bustamante, director de la revista Vida Moderna, señalaba al
poema de Ferrando como imposible de descifrar indicando que
algunos de sus versos «son sencillamente monstruosidades,
ataques a la lógica y al sentido común, que solo pueden aportar al
autor sonrisas compasivas». Por el contrario, Ferrando encumbrará
la obra de Quiroga sin ocultar su condición de amigo del autor. Lo
mismo hará Eliseo Ricardo Gómez con «Encuentro con el marinero».
POLÉMICAS FUNESTAS
La intolerancia y la hostilidad manifiesta de unos y otros no se
reducía solo a la crítica literaria de los periódicos. El chimento, los
comentarios malintencionados, los gestos de desaire, no eran
ajenos al Consistorio y a la Torre de los Panoramas, los dos
cenáculos de aquellos jóvenes principistas, ni a la más heterogénea
tertulia del Polo Bamba que, en distintos momentos, supo reunir
entre otros a Florencio Sánchez, Armando Vasseur, Emilio Frugoni,
Ernesto Herrera, Ángel Falco y Guzmán Papini y Zás. Las llamadas
polémicas, literarias y de otra índole, que muchas veces derivaron
en furiosos intercambios de insultos, se extenderían a lo largo de
toda la década.
Hacia 1902, cuando aún se conservaba fresco el recuerdo del
enfrentamiento entre Armando Vasseur y Roberto de las Carreras
(junio 1901), un nuevo episodio alcanzaría extremos fatales. El 26
de febrero, en La Tribuna Popular, Guzmán Papini y Zás inició una
sección engañosamente llamada «Siluetas de literatos», verdadera
serie de agresiones verbales, la primera de las cuales tuvo por
blanco a Federico Ferrando. Papini, un poeta que había sido
rechazado en los cenáculos modernistas y vinculado a círculos de
poder político, respondía de este modo a una crítica negativa que
aquél había realizado de su Canto a la batalla de Cagancha.
Aprovechando un suceso que conmocionó a la sociedad
montevideana de aquellos años, el robo por boqueteros de la
joyería Carrara, Papini tituló a su artículo «El hombre del caño»,
centrando su ataque en la desprolijidad y desaseo que
supuestamente caracterizaba a su personaje. Las alusiones
personales eran evidentes y Ferrando respondió de inmediato con
un artículo publicado en El Tiempo (27 de febrero), donde contaba,
entre otras cosas, como había retado a un duelo de honor a Papini
y éste lo había rehuido. Las siguientes estocadas se registraron el
1º y el 5 de marzo en La Tribuna, por parte de Papini, y por
Ferrando el 4 del mismo mes en El Trabajo. En este último diario se
aclaraba expresamente que solo por respeto al legítimo derecho de
defensa, se autorizaba la nota.
El 5 de marzo, Papini continuaba su serie de siluetas, esta vez
titulándola «El de la triste figura» y dirigiéndola contra Eliseo Ricardo
Gómez, un poeta menor que frecuentaba las tertulias modernistas y
se proclamaba amigo de Ferrando. Fue entonces que los hechos se
precipitaron. El 6, con profundo pesar, todos los diarios daban
cuenta del cruento hecho que costara la vida a Ferrando y la prisión
a Horacio Quiroga.
Eliseo Ricardo Gómez, la segunda víctima, escribió en El Tiempo:
«Luego del luctuoso suceso, toda réplica es imposible; la única
contestación que puedo darle a ese mal señor, Guzmán Papini, es
que en lo sucesivo, cuando ataque, se mire en el espejo de su vida
y mida respectivamente el grado de cultura que posee con la del
que pretende herir».
La muerte de Federico Ferrando significó un duro golpe para la
intelectualidad del novecientos. No solo se perdía alguien que hasta
ese momento había descollado aún cuando el tiempo no le había
alcanzado para concretar una obra perdurable; también modificó
trayectorias en otros; enjuició la permanencia de costumbres
reñidas con la moral y la sensibilidad de la época; y finalmente,
repercutió en las malas prácticas de la prensa montevideana,
aunque lamentablemente no de manera duradera. Mientras La
Tribuna Popular se apresuraba a desmentir a colegas de otros
medios que Ferrando hubiera enviado padrinos a Papini para
concertar un rumoreado duelo entre ambos, un cronista del El Día
condenaba las polémicas argumentando que «la libertad de escribir
no tiene nada que ver con ellas; ni son escritores los vertederos de
basura moral, los deslenguados».
Finalizaba exigiendo que la Asociación de Prensa se constituyera en Tribunal de Honor para
censurar esas «barbaridades» y evitar su repetición. Las «Siluetas»,
por su parte, dejaron de ser publicadas sin explicaciones y la firma
de Papini y Zás desapareció por algún tiempo de La Tribuna.
El Consistorio del Gay Saber no sobrevivió a la pérdida de uno de
sus mejores animadores y sus miembros se dispersaron. El sábado
9 de marzo, tras gestión realizada por su abogado defensor, Dr.
Manuel Herrera y Reissig, Horacio Quiroga fue dejado en libertad.
El mutismo acorazó a su persona. Todavía pasaría sus vacaciones
de ese año en Salto pero le fue imposible adaptarse a los lugares
familiares ahora sin Ferrando. El dolor era demasiado. En marzo de
1903 se marchó definitivamente del Uruguay.
De Federico Ferrando quedaron los encendidos discursos que en
su sepelio prodigaron Julio Herrera y Reissig y Eliseo Ricardo
Gómez y la sentida evocación de muchos que no podían apartarlo
de su memoria: «Todavía parece que vaga por estos salones de
trabajo su pobre figura escuálida y exangüe, con sus largas
descuidadas barbas de bohemio y su porte desgarbado, exento de
toda elegancia». (El Imparcial, 6 de marzo).
Fuentes:
Vida y obra de Horacio Quiroga, de J. M. Delgado y A. J. Brignole.
Montevideo, 1939.
Las raíces de Horacio Quiroga, de Emir Rodríguez Monegal. Alfa,
1961.
Textos desconocidos de Federico Ferrando. Prólogo de Arturo
Sergio Visca. Biblioteca Nacional, 1969.
Textos políticos de Federico Ferrando. Prólogo de José Pedro
Barrán. Biblioteca Nacional, 1969.
Las polémicas del 900. Prólogo, selección y notas de Pablo Rocca.
Banda Oriental, 2000.
Alfredo Alzugarat