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El Tablado inclinado.

El carnaval va llegando a su fin. Momo comienza a inclinar su cabeza para
dormir un sueño de once meses y despertar nuevamente cuando las luces de
febrero le anuncien que debe recrear la milenaria tradición del jolgorio pleno, de
la alegría del canto y de los tambores, de las danzas callejeras y de los
romances fugaces….
Y hablando de inclinaciones, hubo un tablado inclinado que marcó un época,
“Fomentando las Asignaciones” se llamaba, por él, desfilaba la flor innata de
nuestras carnestolendas.
Estaba inclinado, hecho a mitad de cuadra, en una bajadita, con varias piedras
y cadenas en las ruedas para que no se transformara en un tablado móvil, y
que se fuera una noche con los artistas arriba, en plena actuación, calle abajo,
y no volviera más.
En el mejor de los casos, si pasaba eso, capaz que terminaba contra un muro.
Y siendo un poco cruel, en las páginas policiales, en lugar de las páginas de
espectáculo o en un informativo de TV a la hora de los siniestros de tránsito,
repetido en todos los horarios y con notas a los que lo vieron pasar.
Entonces, es fácil imaginarse titulares en los diarios tales como: “faranduleros
escrachados en pleno éxtasis musical”, “carnavaleros recibieron el peor de los
aplausos”, “Tablado sin freno, en pleno desenfreno, chocó de pleno”

Y detrás de ello, la cantinela de siempre, que faltan inspectores, que falta
educación, que falta cultura, que en carnaval está todo permitido y no debería
ser así, que los murguistas no tenían cascos y algunos estaban alcoholizados,
que hasta olorcito a porro había, que los gorros de los murguistas no estaban
habilitados para transitar, y que hubo gente que aprovechó que se fue del
tablado para no pagar el choripán y el vaso de vino…
Un día subió una murga, y los tres de la batería, apenas hacían equilibrio
donde estaba plano el terreno, se imaginan actuando inclinados. Era una de
irse de borde a borde del tablado, de pasar entre medio del coro, uno de los
coreutas, los agarraba del cinto y lo cinchaba para atrás y así se pasaron
media actuación hasta que subió uno de la utilería, le pasó una cuerda por el
cinto de cada uno y los ató al palo mayor que estaba detrás del escenario.
Cuanto los bateros de movían, parecían de esas cajitas musicales que se
corren todos a la vez para un lado y para otro…
Otro día, otra murga, que tenía el cuplé “las gatitas de mi tío”, que era algo de
doble sentido, en determinado momento, el tío alardeaba de sus gatitas, de lo
mimosas que eran, como lo querían, que le hacian maravillas y que ya se las
iban a mostrar a todo el público para que lo comprobaran por su propia cuenta.
Y cuando el cuplé estaba a pleno, llegó el momento de que salieran las gatitas,
la mayoría se imaginaba mujeres exuberantes, los pesimistas, decía que
seguro serían travestis, el tío abre una puerta de un armario y salen felinos de
verdad, gatos maullando…No va que en primera fila había dos perros de una
familia de espectadores que vieron los gatos y saltaron limpiamente hacia el
escenario, fue el desparramo de gatos y murguistas, saltaron todos, gatos,
perros y murguistas, se mezclaron con el público, y el agite fue total, una
gritería de aquellas.
Hubo murguistas perdidos en la oscuridad, gente arañada, mordidas, gatos
desaparecidos, y el tío que no pudo terminar de contar su historia de las
gatitas…..

-CAMACA-

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