El siempre andaba por ahí, cerca de mi, sin molestar. Tal vez, con cierto recelo, porque yo a veces me enojaba cuando mis tías viejas me hacían arrodillar y hacer repetir cincuenta veces: «Ángel de la Guarda, compañero mío, no me dejes solo ni de noche ni de día».
¡Que se yo!, con la cantidad de años que llevamos juntos, nos acostumbramos al silencio mutuo. Claro que la estrategia de mis tías surtió efecto y yo, en el fondo sabía que tenía a mi ángel de la guarda que me salvaba de los malos momentos, de las circunstancias ajenas, y por ahí me pasaba de rosca y me mandaba algunas trapisondas que el susodicho angelito, me solucionaba con celestial paciencia.
Pero un día, el tipo se cobró todas juntas, porque apareció bien cabortero, y por el tufillo, se había mandando más de un litro del vino parroquial en ayunas.
Yo tenía que salir para el centro, y no podía dejarlo solo en casa, así que decidí llevarlo conmigo, como siempre. La única diferencia, es que en lugar de protegerme, yo tuve que hacerlo, ir detrás suyo. Unas casas más adelante de mi domicilio estaban dos desolladoras de piel (humana) que ni el mejor frigorífico del mundo contaba con profesionales tan eficientes. Y el pobre angelito no va y les dice…
– Por qué no hacen algo en beneficio del barrio?- Las dos nos miraron, yo estaba de todos colores.- ¿Cómo qué preguntó una?. Como ponerse anestesia en la lengua así no chusmean de Dios y la vida ajenas por unos cuantos días…
Yo agaché la cabeza y él siguió diciendo…”Abran la cremallera y entren dentro de sus vidas, dejen de retozar en las vidas ajenas…
Llego a la carnicería, apenas saludo, y el angelito que arranca, «vamos a ver cuando bajamos esa carne de segunda patrón, mire que el sobreprecio no es legal…»
El carnicero se puso a chairear la cuchilla, y yo le dije, «paso a la vuelta por el puchero…».
En el centro se metía con todas las mujeres, «a vos te persigo», «Dios si que fue generoso contigo», «adiós pila de mi corazón a transitor». Hubo un momento en que lo perdí, miré para todos lados, y no lo veía. Pensé, lo único que me falta es perder a mi Ángel de la Guarda, para lo mejor no sé si después te dan otro, ni a dónde ir a reclamar..
Me puse a mirar para todos lados, no sabía si seguir o quedarme un rato más. Pasa un amigo y me dice.
-Te noto preocupado, ¿qué te pasa?.
Cuando le dije que había perdido a mi Ángel de la Guarda. Esbozó una incrédula sonrisa y enseguida puso distancia despidiéndose con «un día de estos nos vemos, suerte en lo tuyo…».
Empecé a caminar, miro para dentro de un bar y estaba acodado en la barra tomando un líquido amarillo con una piedra de hielo. Cuando llego a su lado, el barman que le servía la segunda vuelta, ¿querés uno?, me preguntó
– No gracia, tengo que trabajar.
– Esperá que ya vamos, pagale al hombre porque no tengo ni un peso.
– ¿No tenés plata?
– Los Ángeles de la Guarda no usamos plata.
Salimos del bar y el tipo iba haciendo eses. Traté de convencerlo que volviera a casa a dormir un rato porque para Ángel de la Guarda no estaba, que más bien había que protegerlo a él.
Para lo mejor pasamos frente a la sede de Peñarol y el tipo se pone a los gritos -¡ hoy lo hacemos bolsas con el tiki-tiki…!».
Bolsa casi me lo hacen a él, se le vino toda la hinchada y era una lluvia de piña, yo quería sacarlo del medio y mientras trataba de esquivar esa cerrazón de trompadas, él no hacía nada por ayudarme, más los incentivaba con un ¡JR que no ni no!.
Lo salvé de la paliza, nos sentamos en un banco de la plaza y el tipo se puso a cantar unos tangos más tristes que me hicieron llorar.
Yo no sabía que andaba de mal de amores, el pobre lloraba como un descosido.
– Vamos sino van a decir que somos Maná, le dije.
– ¿Maná?
– Si. Hasta los ángeles lloran…
CAMACA