Vasili Kandinski tenía 30 años cuando dejó atrás una prometedora carrera en derecho para dedicarse por completo a la pintura. Nacido en Moscú en 1866, su vida dio un giro radical tras ver Los almiares de Monet y una exposición de arte folclórico ruso. Esos momentos le hicieron comprender que el arte podía ir más allá de lo figurativo y narrar algo emocional, algo más profundo.
Kandinski es reconocido como uno de los pioneros del arte abstracto. Para él, la pintura debía ser como la música: transmitir sentimientos sin necesidad de una forma concreta. Su obra Composición VII de 1913 es un ejemplo perfecto de esa filosofía, un estallido de formas y colores que busca evocar emociones como si fuera una sinfonía visual. Pero Kandinski no solo pintaba, también escribía. En su libro De lo espiritual en el arte dejó claras sus ideas sobre cómo el color y la forma podían impactar el alma humana.
Además, fue un maestro influyente en la Bauhaus, donde ayudó a consolidar el arte moderno como un campo interdisciplinario. Su paso por Alemania, Rusia y Francia no solo dejó una huella artística, sino que lo posicionó como una figura clave en los movimientos de vanguardia del siglo XX. Hasta su muerte en 1944, Kandinski se mantuvo fiel a su idea de que el arte debía ser algo más que belleza, debía conectar con lo más profundo del espíritu humano.
