En el ajedrez de la gestión municipal, la cultura se debate entre ser un lujo prescindible o una semilla de futuro. Para algunos, es un gasto superfluo en tiempos de crisis; para otros, una inversión que trasciende lo inmediato y cimenta la identidad, el turismo y el desarrollo económico.
La interrogante no es nueva ni fácil de responder. Hay intendencias que ven en los festivales y espectáculos un motor de crecimiento: una vitrina que proyecta la ciudad hacia afuera, atrayendo visitantes y generando empleo indirecto en la gastronomía, la hotelería y el comercio. Otras, en cambio, cuando la balanza fiscal se inclina hacia el rojo, optan por el recorte, priorizando lo urgente sobre lo simbólico. Pero, ¿acaso la cultura no es también una urgencia?
El caso de Madonna en la playa de Copacabana es paradigmático. Con un costo de 12 millones de dólares y una inversión estatal de 4 millones, el recital atrajo a 1,6 millones de personas y generó un impacto económico estimado en 60 millones. Es la ecuación perfecta para quienes defienden la cultura como motor económico: la inversión inicial se multiplica en ingresos por turismo y consumo. Pero, ¿es aplicable esta lógica a todas las ciudades?
El debate se reaviva cada vez que una intendencia destina fondos a espectáculos gratuitos mientras enfrenta dificultades para pagar salarios o cumplir con proveedores. La percepción de despilfarro es un fantasma recurrente. Sin embargo, las comunas que han sostenido sus festivales a lo largo del tiempo han logrado convertirlos en marcas identitarias que trascienden el entretenimiento: son patrimonio, orgullo y atractivo turístico.
No basta con asignar presupuesto; la clave está en la estrategia. Una intendencia puede fomentar la cultura de diversas maneras: creando eventos accesibles, restaurando espacios culturales, ofreciendo formación artística y articulando alianzas con el sector privado. La tecnología también juega un rol crucial, permitiendo la difusión y el acceso a la cultura a través de plataformas digitales.
La pregunta final persiste: ¿puede una sociedad avanzar sin una identidad cultural viva? Si la cultura es el alma de los pueblos, relegarla al último escalón de las prioridades podría condenarnos a una prosperidad vacía, a un desarrollo sin raíces. Quizás, entonces, el verdadero gasto no sea invertir en cultura, sino prescindir de ella.
CAMACA