El Kito tenía una mirada brumosa, una mueca que luchaba por hacerse sonrisa y una larga conversación, inconclusa, con una botella de whisky, casi sin líquido, por más que la sacudiera.
Arrumbado en el viejo sofá, me miraba, gesticulaba con sus manos y soltaba en forma desordenada sus quejas contra el mundo.
El kito no llegaba a los 30, pero parecía mayor, se estaba envejeciendo por tantos desencuentros con la vida.
Cuando lo conocí era un niño, alegre, feliz, con notas excelentes en la escuela y con aplausos en el fútbol por su entrega generosa en cada partido.
Tenía por entonces una sonrisa compradora, un espíritu de lucha y una rebeldía bien encaminada, o por causas justas, para ser más claro.
Muchas veces se sentaba a mi lado cuando yo escuchaba música y al poco tiempo tarareaba esas canciones que a mi me gustaban. Hacia preguntas inteligentes y soltaba pensamientos y sueños que se iban volando habitar esa casa del futuro, con prometedor paisaje.
Cualquiera diría que el Kito era un botija bien centrado, que tenía las cosas claras y que la vida lo iba a tratar bien, porque él, tenía muy en claro sus pasos a seguir.
Por razones laborales me tuve que ir del barrio, justo cuando el Kito empezaba el liceo. Supe que le fue bien los primeros años, pero después se echó a la retranca, probó el cigarro, la cerveza, el vino y las bebidas que circulaban entre jóvenes de su edad.
Anduvo en amores, amores desprolijos y otras cuestiones, probó el porro, plantó sus plantitas, y como si se quitará una pesada mochila, dejó de estudiar, dejó los sueños que sembró en su infancia y empezó a desvivir su tiempo.
Se hizo lector empedernido de lo underground, escuchó música extraña, confusa y difusa, a la que le alternaba la música de los grandes de latino América. Sin querer ofender a los anarcos, el Kito parecía cortado con esa tijera, pero jugando para atrás, reteniendo el juego, haciendo tiempo, por un lado, y sin ganas de atacar la realidad, por otro.
Un día me dijeron que estaba de la cabeza, del tomate, que estaba ido y corriendo por la cornisas de la perdición total.
Lo fui a buscar dejando muchas cosas y me lo llevé conmigo. El Kito salió de las brumas, descubrió nuevos soles y recuperó la sonrisa. Su rostro era un jardín y las flores mejores estaba cuando su mirada clara dejaba re cortar las coloridas flores y soltaba en sus palabras un perfume que olía a sinceridad, honestidad y amistad.
El Kito se parecía al Kito de hace muchos años y daba gusto verlo caminar por los días sacando de la galera esas palomas ingeniosas que le brotaban naturales y volaban, a cielo abierto, sin fronteras.
Un día me extendió la mano y me dijo…”es hora de regresar, una parte de mi anda lejos, por allá por aquellos días en donde el barrio se mece suave en la tibieza de mis recuerdos…”.
Hay que ver cuando el tiempo viene de bromas, suele ser sarcástico, hierático, y condena a los cerebros de pájaros, los nubla, los anula, los deja sin luz….
Y es verdad…. El Kito tenía una mirada brumosa, una mueca que luchaba por hacerse sonrisa y una larga conversación, inconclusa, con una botella de whisky, casi sin líquido, por más que la sacudiera.
Se puso a pelear con el mundo, con el orden establecido, en desigual batalla, apenas con un vaso, más hielo que alcohol, con bronca, con llanto y con risa, es difícil vencer, de tanto en tanto, una puteada, una maldición, una sentencia.
El Kito se quedó dormido en medio de aquella batalla, convencido que la iba ganando, o por lo menos, que tenía ese insulto de los perdedores que sale de las entrañas y si bien no sirve para ganar, consuela o le pone un manto de piedad al dolor, es como un bocado de galleta en varios días, sirve para engañar el hambre, y esa galleta de la impotencia aliviaba el hambre de tantas derrotas, por lo menos por un rato…
Cuando despertó se sorprendió de verme, pareció un niño asustado, un niño perdido en el tiempo, escondido en el cuerpo de un adulto..
El Kito me miraba y amagaba sonrisas y palabras, que no tenían ninguna sonoridad…
No tenés que decirme nada, Kito, si acaso, contarte a vos mismo, la historia de aquel guri que habitaba en vos y tenía tanto mundo para florecer….
No, Kito, no digas nada, mejor andá por el corral y soltá los potros de los planes que el botija quería domar cada día…
No te reproches nada Kito, ya está, es eso nomás, si lo tuyo ha sido tapera tanto tiempo, es hora que le des vida al rancho y que empieces anidar nuevos sueños…
Kito, tenés la mitad de mis años y parecé que tuvieras el doble. Parecés un viejo cansado, cuando otros a tu edad retozan en la juventud. No, no te vine a buscar ni a ofrecer nada, solo a darte un abrezo y que sepa que te quiero como te quise siempre, como a un hijo. Quiero que sepas que sigo confiando en vos, creyendo en vos, sabiendo que vos tenés muchos y buenos valores, que tenés mucho que darle a la vida. No te condenes, no te crucifiques, no asuma la culpa de todos…no creas que todo está perdido, que no hay luz, que no hay caminos que estás rodeado de maldad. El mundo es como es, o como lo han hecho unos para que otros como vos se vayan apagando despacito en las orillas, en los suburbios, en los fondos entre tantos sueños rotos. Si vos no empezás a cambiar, asumir que sos un hombre hecho y derecho, si no empezas a pelearle a la vida, seguro que van a seguir ganando esos que hicieron el mundo a su manera para que tu manera quedara al margen.
Kito, lávate la cara, abri los ojos, dejate de quejarte y de echarle culpa al destiempo, empezá a latir a puro corazón, empezá a caminar y a vivir como se debe, sembrá de nuevo esas semillas de esperanzas, y vas a ver que dejás de ser…como un pájaro sin luz….
CAMACA