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Cadena de valor, el arte de convivir entre cultura y turismo

 

Pensar el turismo cultural desde la noción de “cadena de valor” es imaginar un territorio donde el patrimonio, la creatividad y la convivencia se entrelazan. No se trata únicamente de atraer visitantes, sino de proponer un modo de estar juntos, comunidad, viajeros e instituciones en un diálogo fecundo que dignifique la cultura y potencie el desarrollo.
El turismo cultural y creativo no debería concebirse como una mera transacción económica, sino como una red de significados y prácticas que sostienen la identidad de un pueblo. En este sentido, la idea de cadena de valor adquiere un cariz profundamente humano: se trata de un tejido de actividades interconectadas que generan riqueza económica, social y simbólica, desde la creación cultural hasta la experiencia vital del visitante.
Esta cadena se compone de eslabones claros:
– Creación cultural, donde se expresan la artesanía, la música, la gastronomía y el patrimonio intangible.
– Gestión y preservación, encarnadas en museos, sitios históricos y festivales.
– Servicios turísticos, que van del hospedaje al transporte y la cocina local.
– Promoción y comercialización, sostenidas por el marketing territorial, las redes creativas y las plataformas digitales.
Pero hay un eje transversal que resignifica todo, el arte de convivir.
Convivir significa reconocer al otro y a uno mismo en el mismo espacio. Implica una práctica cotidiana de respeto, inclusión y colaboración entre tres actores fundamentales:
La comunidad local, que deja de ser espectadora para convertirse en protagonista del turismo.
Los visitantes, que ya no son simples consumidores, sino aprendices culturales dispuestos a dejarse transformar.
Las instituciones, que actúan como mediadoras a través de políticas públicas, formación y financiamiento.
Este modelo invita a pensar una gobernanza social donde el diálogo intercultural, la sostenibilidad y la innovación no son eslóganes, sino principios rectores.
En este marco aparece el llamado Turismo Naranja, que reivindica la creatividad y la identidad local como motores de desarrollo. Sus beneficios son múltiples:
– Revitalizar saberes ancestrales y prácticas artísticas.
– Impulsar el desarrollo económico con inclusión social.
– Preservar el patrimonio material e inmaterial.
– Fomentar un intercambio transcultural enriquecedor.
– Implementar una cadena de valor que conecte cultura, turismo y convivencia no es un desafío técnico, sino una apuesta de transformación comunitaria. Se trata de mapear los activos culturales —desde fiestas tradicionales hasta expresiones musicales y gastronómicas— e identificar a los actores clave: vecinos, artistas, emprendedores, instituciones educativas y gobiernos locales.
Porque el turismo cultural no es solo mostrar, sino invitar a vivir. Rutas temáticas como Sabores de Salto, Historias de sus ríos o Música, escritores, pintores, y memoria podrían ser ejemplos de cómo un territorio se narra a sí mismo en clave de experiencia compartida.
La cadena de valor en turismo cultural no se mide únicamente en cifras. Su verdadero capital es la capacidad de cultivar el arte de convivir: ese delicado equilibrio entre identidad y apertura, entre memoria y futuro. En definitiva, un modo de ser comunidad en un mundo cada vez más fragmentado.
– Arón Viera –

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