Nuevo aniversario: Víctor Rolando Lima nació el 16 de junio de 1921 en Salto, Uruguay, y es una figura entrañable de la poesía y la canción popular uruguaya. Su obra está profundamente arraigada en el paisaje del litoral y en la vida cotidiana de su gente: lavanderas, estudiantes, jornaleros y niños aparecen con frecuencia en sus versos.
Fue autor de Canto del Salto Oriental (1948), conformó con Rubén Lena y el dúo Los Olimareños un grupo de poetas y cantores que impulsaron la música de tierra adentro , y con quienes convirtió su poesía en canción. Su estilo sencillo y emotivo lo convirtió en una voz del pueblo, y muchas de sus letras aún se cantan hoy
Adiós a Salto, la zamba compuesta por Víctor Lima en 1966, se ha convertido en un verdadero himno del litoral uruguayo y ha sido versionada por una gran variedad de artistas a lo largo de los años. La interpretación más emblemática es la del dúo Los Olimareños, quienes la incluyeron en su repertorio y ayudaron a inmortalizarla.
Esta canción no solo es una despedida nostálgica de su tierra natal, sino también una oda al paisaje, al río y a la identidad salteña. Su fuerza emocional y su sencillez poética la han mantenido viva en la memoria colectiva.
Víctor Lima dejó un legado poético y musical profundamente arraigado en la identidad del litoral uruguayo. Entre sus obras más conocidas se destacan:
«Canto del Salto Oriental» (1948): su primer libro de poemas, donde ya aparecen canciones emblemáticas como Aire salteño, La naranja, Pequeña elegía a un naranjo muerto, Salto Grande y Canción de los dos arroyos.
«Milongas de Peñaflor» (publicado póstumamente en 1969): una serie de poemas que rinden homenaje a figuras como José Hernández y Antonio Machado, y que exploran temas como el amor, la muerte, la patria y la vida rural.
«A orillas del Olimar», Candombe mulato, La sanducera y Cosas de Artigas: canciones que han sido interpretadas por artistas como Los Olimareños, Numa Moraes, Fernando Cabrera e incluso grupos chilenos como Inti Illimani y Quilapayún.
Lamentablemente, su vida terminó trágicamente el 6 de diciembre de 1969, cuando se arrojó al río Uruguay, poco después de la muerte de su madre. Aun así, su legado sigue vivo: en Salto hay una escuela, un escenario y un monumento que llevan su nombre.
