InicioArtistasVicenta Lorca Romero, madre y maestra que sembró el alma de poeta Federico

Vicenta Lorca Romero, madre y maestra que sembró el alma de poeta Federico

 

 

 

Hay madres que crían, y hay madres que siembran. Vicenta Lorca Romero fue ambas. Maestra de vocación profunda, sembradora de letras, sensibilidad y conciencia, fue el corazón temprano que templó al poeta Federico García Lorca. Su influencia no solo marcó una vida; marcó una de las voces más luminosas y trágicas de la literatura hispanoamericana.

UN ORIGEN ENTRE PÉRDIDAS Y LIBROS

Vicenta nació el 25 de julio de 1870 en el barrio del Realejo, en Granada. Aún no había abierto los ojos al mundo cuando la muerte le arrebató al padre. Criada por su madre y sus abuelos maternos, la infancia de Vicenta estuvo teñida por la ausencia, la austeridad y la férrea voluntad de aprender.

Tras la muerte de su abuelo en 1883, ingresó al Colegio Calderón, un Centro de Enseñanza para niñas huérfanas. Allí, bajo la rígida tutela de monjas, formó su carácter y gestó su rechazo a la educación religiosa severa, apostando por una pedagogía más humana y cercana.

A los 20 años obtuvo el título de maestra de enseñanza elemental. En Fuente Vaqueros, entre 1893 y 1897, enseñó a leer y escribir a niñas campesinas, sembrando en la tierra andaluza la semilla del conocimiento.

AMOR, MATERNIDAAD Y VOCACIÓN PERPETUA

En 1897, tras la muerte de su madre, la vida la condujo a Federico García Rodríguez, un agricultor de buena posición económica. Se casaron ese mismo año y poco después nació su primer hijo: Federico. Con él nacería también una nueva forma de maternidad —no solo biológica— sino intelectual. Aunque abandonó formalmente la docencia, nunca dejó de enseñar. A sus hijos les ofreció un hogar en el que las palabras eran bienvenidas como pan fresco, y donde el arte, la música y la lectura no eran lujos, sino necesidades del alma.

La familia se completó con Francisco, Concepción e Isabel. Cada uno encontró en Vicenta un faro sereno y constante. Pero fue Federico quien bebió con mayor profundidad de su sensibilidad y de su compromiso ético.

EL ALMA DE UN POETA EDUCADO EN LA TERNURA

Federico solía decir que su madre había enseñado a leer a campesinos —y eso era, para él, un acto de justicia poética.

Vicenta le ofreció un mundo en el que la palabra era sagrada y donde la educación era una forma de dignidad. Ella fue su primera biblioteca, su primera música, su primer espejo.

Lejos del ruido de los púlpitos y los dogmas, Vicenta educó con la ternura de quien cree en la luz interior de cada ser humano. Su hijo heredó no solo su talento, sino su mirada compasiva, su rebeldía contra las injusticias y su amor por los olvidados. Así germinó el poeta que cantó a los gitanos, a los niños, a las mujeres silenciadas y a los marginados.

UN VÍNCULO INDESTRUCTIBLE

Incluso en la adultez, Federico seguía volviendo a su madre. En sus cartas, en sus crisis, en sus confesiones más íntimas, Vicenta era el refugio. Fue ella quien sostuvo el templo interior de su hijo cuando los vientos de la vida lo tambaleaban. Y fue testigo del ascenso fulgurante del poeta hasta que, en 1936, la historia lo rompió de un disparo. Aquel crimen, aún sin justicia, dejó a Vicenta con un duelo que ninguna pedagogía pudo aliviar.

Más allá de Federico, Vicenta dejó una estirpe comprometida con la cultura. Francisco, intelectual y custodio del legado lorquiano. Isabel, escritora y profesora, también defensora infatigable de la memoria del poeta. Concepción, más discreta, pero parte de ese círculo íntimo donde el arte era pan y consuelo.

AMIGA DE LOS AMIGOS

El entorno de Lorca, enriquecido por amistades como Salvador Dalí, Luis Buñuel o Manuel de Falla, encontró siempre en Vicenta una presencia luminosa en la sombra. Su influencia es un hilo invisible que atraviesa la obra de su hijo, una suerte de pedagogía secreta que enseñaba a mirar el mundo con belleza, compasión y coraje.

Federico García Lorca no caminó solo. Estuvo rodeado de figuras decisivas como Salvador Dalí, Luis Buñuel, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Antonio Machado, entre otros. En América, su paso por Nueva York (1929-1930) dejó marcas indelebles que cristalizaron en su obra Poeta en Nueva York, donde denunció el dolor de la modernidad con un lirismo desgarrador. Allí, conoció a José Juan Tablada, Nicolás Guillén, Pedro Henríquez Ureña, y Fernando Ortiz, entre otros.

ENRIQUE AMORIM

Y entre los afectos más duraderos destaca Enrique Amorim, el escritor salteño que no solo fue amigo cercano, sino que erigió aquí en Salto el primer monumento del mundo dedicado a Lorca.

En la inauguración, la actriz Margarita Xirgu —también íntima del poeta— recitó fragmentos de Bodas de sangre, sellando con arte el acto de memoria.

VICENTA SERA ETERNA EN LOS VERSOS DE SU HIJO

Vicenta Lorca Romero murió sin saber que su hijo asesinado en 1936, con su muerte nacería el mito. Pero el alma de Vicenta no murió: vive en la ternura de los versos, en la dignidad de los campesinos alfabetizados, en cada niño que aprende a leer con libertad y amor.

UN POETA HECHO DE OTROS

Federico García Lorca fue un genio singular, sí. Pero fue también una sinfonía de voces, afectos, tensiones y herencias. La de su madre, ya sabida, y la de sus amigos que no solo influyeron en su obra, fueron parte de su respiración, de su coraje, de su luz. Con ellos lloró, rió, polemizó, creó. Y gracias a ellos, también, aún lo seguimos leyendo y escuchando.

CAMACA

 

LA NOTA ORIGINAL FUE PUBLICADA EN DIARIO EL PUEBLO EN JUNIO DEL 2025

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