En tiempos donde los controles digitales parecen avanzar como sombras silenciosas sobre la vida cotidiana, un movimiento de motociclistas ha decidido encender los faros de su indignación y echarse a rodar. El nombre lo dice todo: “Somos Motociclistas, No Delincuentes”. No es solo una consigna: es un manifiesto en marcha, una épica urbana tejida con motores encendidos y convicciones firmes.
Desde distintos rincones del país, los motociclistas —muchos de ellos trabajadores, estudiantes, madres, padres— se movilizan contra lo que perciben como una ofensiva estatal injusta: la instalación obligatoria de sistemas de rastreo digital (TAG) en motos, cascos y chalecos, así como la prohibición de circular con acompañantes. A su entender, no se trata de medidas de seguridad, sino de una forma sutil y peligrosa de vigilancia masiva.
En Salto, la protesta tomó la forma de una caravana pacífica. Rodaron por la ciudad como quien escribe una carta silenciosa con neumáticos. “No queremos molestar. Queremos que nos escuchen”, dijo Oscar Rodríguez, referente local del movimiento. Y agregó: “Estas medidas no van a tapar la delincuencia. Hay quienes roban en moto, sí, pero no somos todos iguales”.
La indignación se vuelve casi poética cuando Rodríguez se refiere a los chips: “Parece que nos quieren guiar como animales. Pero eso no frena al que quiere robar. El que delinque, lo hará igual”. Su voz se alza no contra la tecnología, sino contra su uso ciego y desproporcionado, que convierte a los ciudadanos comunes en sospechosos permanentes.
El manifiesto nacional del movimiento lo expresa con claridad filosófica: los verdaderos criminales ya operan al margen de la ley. No usan matrículas, no respetan normas, y mucho menos se someterán a un sistema de rastreo. “Pensar lo contrario —afirman— es ingenuo”. El peligro, subrayan, radica en la creación de una enorme base de datos sobre los movimientos cotidianos de personas que no han cometido ningún delito.