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El Santoral, 30 de noviembre

 

San Andrés, a quien recordamos cada 30 de noviembre, día de su martirio, es un Apóstol especial. Sobre él recaen varios reconocimientos y al mismo tiempo, su colaboración durante el ministerio público de Jesús es un tanto misteriosa, pues, a pesar de que se describe su participación en algunas escenas dentro del relato evangélico, no participa de ninguno de los diálogos importantes ni se le narra con frecuencia. De hecho, encontrarlo dentro de los cuatro Evangelios, es más bien algo excepcional.

No obstante, su austera participación en la narrativa bíblica, no implica que haya pasado desapercibido o que su vida no tenga algo importante que revelarnos como inspiración y ejemplo para nuestra vida cristiana. San Andrés tiene sobre su historia el mérito de haber sido el primer apóstol elegido por Jesús, nada más ni nada menos. Sin dudas debe ser un gran regalo espiritual el que el mismo Señor haya puesto sus ojos sobre él primero que en los otros once.

San Andrés también es hermano del primer Papa de la historia de la Iglesia, de San Pedro, y de aquí sale un elemento importante de su historia, pues Pedro no habría conocido a Jesús de no ser porque su hermano se lo presentó.

Lamentablemente, de su historia post Resurrección y Pentecostés se sabe poco, pues la mayoría de los textos que lo mencionan son de dudosa autenticidad y en algunos casos contradictorios. Lo que sí se sabe con certeza, es que su tarea evangelizadora fue reconocida en Asia Menor y algunas regiones de lo que hoy conocemos como Rusia. Lugares en donde fundó comunidades y dejó una herencia espiritual reconocido hasta nuestros días.

Pero más allá de una descripción biográfica del apóstol, lo que nos interesa es reconocer el legado espiritual y como su ejemplo de evangelizador disponible, de atención, de astucia y de docilidad de corazón, nos pueden inspirar a seguir sus pasos, esos mismos que fueron tras las huellas de Jesús.

1. Corazón dócil y disponible para ser formado

Se cree que san Andrés, junto con Juan, fueron discípulos de Juan Bautista (Juan. 1,35-40) y formados en su escuela espiritual, sabían de la predicación sobre la conversión y el arrepentimiento de los pecados, de la penitencia como signo de cambio de vida y de la espera del Mesías que ha de venir.

San Andrés tuvo un corazón dócil, ese que algunos de nosotros, sobre todo los que hacemos apostolado, nos cuesta tener pues reconocerse necesitados de formación y en proceso de aprendizaje, es un ejercicio de humildad, ejercicio que San Andrés no dudo en hacer. Tanto fue así, que reconoció a Jesús por las palabras de su maestro, Juan Bautista, cuando este se lo señala a él y a Juan diciendo: «He aquí el cordero de Dios» (Juan 1, 36)San Andrés se acerca al Señor dispuesto a seguirle y el Señor le pregunta: «¿Qué buscáis?»ellos respondieron que querían saber dónde vivía y Jesús les pidió que le acompañasen a su morada. (cf Juan 1, 38)

2. Evangelizador incansable y esperanzado

Aunque el llamado de San Pedro se explica de una forma distinta, creemos que es complementaria. Al parecer lo primero que ocurre es que san Andrés se encuentra con Jesús, motivado por Juan Bautista, pasa la tarde con Él y escucha sus enseñanzas. Seguro, como cualquiera de nosotros, quedó impactado y conmovido con lo vivido y no dudo en correr a su casa a contarle a su hermano, Pedro, que había encontrado al Mesías, ese que tanto esperaban, y lo llevó donde Él. (cf Juan 1, 40-42) Luego, al parecer el Señor se encuentra con ellos a la orilla del lago y los llama de forma definitiva para ser sus discípulos. Es ahí donde ocurre aquella escena que todos conocemos sobre el llamado de Pedro, en donde dejando las redes y barcas, lo sigue.

Que seamos como san Andrés, evangelizadores animados y entusiastas, conscientes de que lo que hemos vivido es una experiencia que debemos compartir, pues no se trata solo de una conversación entretenida con alguien interesante, se trata de habernos encontrado con el Mesías, quien da sentido a nuestra vida y debemos compartirlo con todo el mundo.

3. Atento para servir

Una cosa es tener ganas de realizar un servicio y mostrarse disponible y otra cosa es serlo realmente, buscar recursos y estrategias, ofrecer soluciones a los problemas de evangelización que tan frecuentemente se nos presentan. Jesús, en el relato que hoy conocemos como la multiplicación de los panes y peces, se muestra inquieto por tener que atender a todos aquellos que le siguieron y escucharon durante ese día. Él necesitaba de la materia prima para obrar el milagro. San Andrés es quien le hace saber al Señor que hay un muchacho con unos panes y unos peces dispuesto a dárselos a Jesús para que obrase el milagro (cf Juan 6, 8-9).

No solo se trata de tener buenas ideas, sino que ejecutarlas y colaborar con la misión de Jesús. Me imagino a san Andrés conversando con este niño, explicándole la situación, animándolo a ser generoso y dándole esperanzas de colaborar con el mismísimo Señor. Servir como san Andrés, no solo se trata de ser creativo y atento, se trata de abrir posibilidades de servicio a otros, como el niño, quien seguro, sin quererlo, termino convertido en uno de los protagonistas de uno de los más bellos milagros del Evangelio.

4. Facilitador del encuentro con Jesús para aquellos más alejados

San Andrés es de Galilea, una región influenciada culturalmente por los griegos, al punto que su nombre es de origen griego. Otros griegos, se dan cuenta de esto y se acercan a Felipe y Andrés, justamente por ser estos algo así como sus compatriotas en segundo grado (cf Juan 12, 20-22). Es como cuando uno usa sus influencias y amistades para agilizar algún trámite o conseguir alguna regalía. San Andrés sabiendo que estos griegos se acercan a él no por considerarlo buen Apóstol o buscando su amistad, sino por conveniencia,  no duda y acoge su inquietud llevándolos a Jesús personalmente y presentándolos al Maestro, no es prejuicioso, sino que es generoso con lo que tiene.

Cuantas veces nosotros hemos sido egoístas con nuestras amistades, redes de contactos y personas influyentes que son parte de nuestro entorno, incluso caemos en un mal entendido celo apostólico por nuestras comunidades incomodándonos cuando se acerca alguien que no se asemeja al “perfil” que nos interesa mantener dentro de nuestros grupos.

Abrirse generosamente a las inquietudes de los demás, dejar de lado los prejuicios, ser un facilitador, un promotor; convertirnos en un “buen contacto” para los demás, sobre todo al momento de llevarlos a Jesús. San Andrés no dudaría y conseguiría una reunión con Jesús a cualquiera que se lo pidiera.

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